Por Marcela Villa Cisneros
Nadadora Master de Aguas Abiertas
En el mundo deportivo, la violencia, tanto física como psicológica, se ha convertido en un fenómeno preocupantemente normalizado. Comportamientos como los gritos, insultos, presiones extremas y castigos físicos son a menudo aceptados o hasta esperados bajo la premisa de que “así es el deporte”. Sin embargo, estas prácticas no solo generan un ambiente tóxico, sino que también minan la salud física y emocional de los atletas. Aceptar estas actitudes erosiona los valores fundamentales del respeto y el juego limpio que deberían prevalecer en cualquier disciplina deportiva.
La Normalización de la Violencia: Un Problema Sistémico
La violencia en el deporte se manifiesta de diversas maneras. Desde la presión extrema para alcanzar metas, que a veces son poco realistas, hasta los castigos que se imponen por errores en el desempeño. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el abuso verbal y el maltrato en los ambientes deportivos pueden ser factores de riesgo que conducen a trastornos de salud mental y problemas físicos crónicos. Un estudio de la Universidad de Toronto también destaca que los deportistas sometidos a entornos abusivos muestran mayores tasas de lesiones y desgaste psicológico, afectando su carrera y su bienestar general.
El concepto de “forjar carácter” se utiliza con frecuencia para justificar comportamientos agresivos. Sin embargo, los expertos en psicología deportiva señalan que la disciplina y la resiliencia no tienen por qué estar vinculadas a prácticas que dañen la autoestima o la salud mental del deportista. En cambio, estas deberían desarrollarse en un entorno de apoyo positivo, donde se motiven las habilidades personales y se respeten los límites.
El Papel del Atleta: Reconocer y Romper el Ciclo
La normalización de la violencia no solo afecta a los deportistas de forma individual, sino que también puede hacer que ellos mismos reproduzcan esas prácticas. Cuando los atletas interiorizan la violencia, es más probable que la ejerzan sobre sus compañeros, compañeras, o incluso sobre sí mismos, perpetuando así un ciclo de abuso. El “violentómetro deportivo”, herramienta creada para identificar la violencia en este contexto, es útil para visibilizar conductas que han sido consideradas “normales”, tales como la presión excesiva o la humillación pública.
Los datos de la Asociación Internacional para la Seguridad Deportiva (ICSS) indican que el maltrato psicológico está presente en un alto porcentaje de programas de entrenamiento de alto rendimiento. Este tipo de ambiente no solo genera miedo y ansiedad, sino que también puede llevar al desarrollo de comportamientos autodestructivos, como el sobreentrenamiento, las lesiones repetitivas y el uso de sustancias para mejorar el rendimiento.
Una Perspectiva Personal
En mi propia experiencia, he vivido la violencia normalizada en el deporte, cuando era niña, así era la práctica en el deporte… y de adulta, no ha cambiado mucho.
Acepté las actitudes tóxicas como parte de lo que “debía ser”, pensando que el diálogo, el acercamiento privado o público cambiará algo. Fue doloroso darme cuenta de que muchas veces fui parte del problema, al no alzar la voz y no establecer límites. Cuando finalmente decidí alejarme de un equipo, comprendí que las conversaciones y los intentos por “llevar la fiesta en paz” no habían servido de nada. En mi entorno, las personas que no se quejaban parecían ser las más felices porque nunca manifestaban sentirse afectadas.
Aceptar prácticas abusivas no solo perjudica nuestra salud, sino que también perpetúa una cultura que afecta a las futuras generaciones de deportistas. Es una realidad incómoda, pero reconocerlo es el primer paso para cambiar. Al dejar pasar estas actitudes desde el primer día, contribuí a un entorno que terminó siendo insostenible para mí. La responsabilidad no es solo de los entrenadores o del sistema; es también de los atletas que no se atreven a cuestionar lo que se les impone y sucede en todas las edades.
Un Llamado a la Acción
Es momento de que todos los involucrados en el deporte —entrenadores, directivos, atletas y padres— trabajen en unidad para crear un ambiente saludable y seguro. Las organizaciones deportivas tienen el deber de implementar políticas claras contra la violencia y asegurarse de que sean cumplidas. Además, los atletas deben sentirse respaldados para denunciar abusos sin temor a represalias.
El deporte tiene el potencial de ser una fuerza transformadora, un espacio para el crecimiento personal y el logro. Sin embargo, esto solo será posible si rompemos el ciclo de la violencia normalizada y cultivamos una cultura de respeto, apoyo y bienestar. La violencia no debe ser una herramienta para la mejora deportiva; el verdadero desarrollo se logra en un entorno que valora la integridad y el respeto por el atleta.